39. Techné
La arquitectura se mueve entre nuestro propio cuerpo y el medio físico en el que lo construido se inserta. Entre esos dos polos existen elementos auxiliares que permiten tender un puente entre el sujeto —un espacio interior que es a la vez sensorial— y el soporte, las cosas. La técnica, en griego techné, reside en un espacio intermedio que permite materializar cualquier acción transformadora. Sin embargo, este medio está también presente en una dimensión existencial, antropológica. La techné supone también un trabajo sobre uno mismo, algo que, según los clásicos, se constituye en autopoiesis, acción poética sobre uno mismo y la propia vida. Esto quiere decir que la acción externa, que utiliza la técnica como medio, revierte también sobre uno mismo, es construcción interior, y supone —curiosamente— una acción sobre la propia vida, que puede entenderse como acción poética, como poesía, como obra de arte. En palabras del Maestro Eckhart, palabras que tanto le atraían a John Cage, y que citaba con frecuencia, no es tan importante lo que el escultor hace con la piedra, sino lo que el acto de esculpir realiza en el escultor. En este sentido, la vida como proyecto es el fascinante reto que José Ortega y Gasset nos propone en su Meditación de la técnica. Ganarse el pan de la existencia supone entender la vida como una conquista. En este sentido, construir la propia vida viene a ser el imperativo categórico de toda vida humana. Ortega afirma que es paradójico que al ser humano no le venga dado de nacimiento la manera en que puede componer su propia existencia, pues supone un descubrimiento del propio yo y una conquista interior. Sólo al ser humano se le ha dado la quebradiza condición de estar incompleto, inconcluso, de llevar una herida, una carencia, que se convierte en secreto impulso que le lleva a completarse, a realizarse. “Y a fuerza de construir, acabé construyéndome a mí mismo” concluye el Eupalinos de Paul Valéry. Pero la técnica es también desvelamiento, conocimiento. Por ella conocemos el medio y también a nosotros mismos. El concepto clásico de aletheia significa, precisamente, “desvelamiento”. En la acción con lo material algo nuevo se descubre. Es acción transformadora en la que se pone en juego la techné y en ella sale a luz una realidad escondida. Así, una estructura manifiesta un orden interno, un sistema de acciones en el tiempo, un diagrama de fuerzas, en definitiva, los encofrados, cimbras, grúas, y todo lo instrumental que articula el hecho de construir, ilumina una realidad interna, invisible. “Detrás de cada edificio que ves hay un hombre al que no ves”, decía José Antonio Coderch. Detrás de un sistema técnico hay una mente creadora que percibe al hombre y al mundo de un modo singular. Nuestro modo de hacer nos explica también a nosotros mismos, supone una cierta radiografía de nuestro propio ser, un espejo que nos devuelve nuestra propia imagen. Ahí radica la realidad primigenia de la técnica, pues esa realidad, además de permitirnos conocer el mundo, nos permite también conocernos a nosotros mismos en el propio hacer. “La vida como fabricación de sí misma”, como proyecto, es lo que Ortega propone como tarea insoslayable de todo ser humano. En esta perspectiva, la rotunda frase: “el hombre empieza cuando empieza la técnica”, nos pone ante un horizonte tanto vital como instrumental, existencial y pragmático, que engloba lo vital, pero también cualquier tarea humana en la que la técnica hace posible la creación de espacios esencialmente necesarios para la vida como es la arquitectura. Podríamos decir, parafraseando a Ortega, que la arquitectura empieza cuando empieza la técnica: de ahí la radical importancia que sus palabras tienen para cualquier tarea creativa en el ámbito de la construcción y del habitar. “Bajo esta perspectiva, la vida humana, la existencia del hombre aparece consistiendo formalmente, esencialmente en un problema. Para los demás entes del universo existir no es problema -porque existencia quiere decir efectividad, realización de una esencia-; por ejemplo, que «el ser toro» se verifique, acontezca. Ahora bien, el toro, si existe, existe ya siendo toro. En cambio, para el hombre existir no es ya, sin más ni más, existir como el hombre que es, sino, meramente, posibilidad de ello y esfuerzo hacia lograrlo. ¿Quién de ustedes es, efectivamente, el que siente que tendría que ser, que debería ser, que anhela ser? A diferencia, pues, de todo lo demás, el hombre, al existir, tiene que hacerse su existencia, tiene que resolver el problema práctico de realizar el programa en que, por lo pronto, consiste. De ahí que nuestra vida sea pura tarea e inexorable quehacer. La vida de cada uno de nosotros es algo que no nos es dado hecho, regalado sino algo que hay que hacer. La vida da mucho quehacer pero además no es sino ese quehacer que da a cada cual y un quehacer, repito, no es una cosa, sino algo activo, en un sentido que trasciende todos los demás. Porque en el caso de los demás seres se supone que alguien o algo que ya es, actúa; pero aquí se trata de que precisamente para ser hay que actuar, que no se es sino esa actuación. El hombre, quiera o no, tiene que hacerse a sí mismo, autofabricarse. Esta última expresión no es del todo inoportuna. Ella subraya que el hombre, en la raíz misma de su esencia, se encuentra, antes que en ninguna otra, en la situación del técnico. Para el hombre vivir es, desde luego y antes que otra cosa, esforzarse en que haya 10 que aún no hay; a saber, él, él mismo, aprovechando para ello lo que hay; en suma, es producción. Con esto quiero decir que la vida no es fundamentalmente como tantos siglos han creído: contemplación, pensamiento, teoría. No; es producción, fabricación, y sólo porque éstas lo exigen, por lo tanto, después, y no antes, es pensamiento, teoría y ciencia. Vivir es hallar los medios para realizar el programa que se es. El mundo, la circunstancia se presenta desde luego como primera materia y como posible máquina. Ya que para existir tiene que estar en el mundo, y éste no realiza por sí y sin más el ser del hombre sino que le pone dificultades, el hombre se resuelve a buscar en el mundo la máquina oculta que encierra para servir al hombre. La historia del pensamiento humano se reduce a la serie de observaciones que el hombre ha hecho para sacar a la luz, para descubrir esa posibilidad de máquina que el mundo lleva latente en su materia. De aquí que al invento técnico se le llame también descubrimiento. Y no es, como veremos, una casualidad que la técnica por antonomasia, la plena madurez de la técnica, se iniciase hacia 1600; justamente cuando en su pensamiento teórico del mundo llegó el hombre a entenderlo como una máquina. La técnica moderna enlaza con Galileo, Descartes, Huygens; en suma, con los creadores de la interpretación mecánica del universo. Antes se creía que el mundo corporal era un ente amecánico cuyo ser último estaba constituido por poderes espirituales más o menos voluntariosos e incoercibles. El mundo, como puro mecanismo, es, en cambio, la máquina de las máquinas. Es, pues, un error fundamental creer que el hombre no es sino un animal casualmente dotado con talento técnico o, dicho en otro giro, que si a un animal le agregásemos mágicamente el don técnico, tendríamos sin más el hombre. La verdad es lo contrario: porque el hombre tiene una tarea muy distinta que la del animal, una tarea extranatural, no puede dedicar sus energías como aquel a satisfacer sus necesidades elementales, sino que, desde luego, tiene que ahorrarlas en ese orden para poder vacar, con ellas, a la improbable faena de realizar su ser en” el mundo. He aquí por qué el hombre empieza cuando empieza la técnica. La holgura, menor o mayor, que ésta le abre en la naturaleza es el alvéolo donde puede alojar su excéntrico ser. Por eso insistí en que el sentido y la causa de la técnica están fuera de ella; a saber: en el empleo que da el hombre a sus energías vacantes, liberadas por aquélla. La misión inicial de la técnica es esa: dar franquía al hombre para poder vacar a ser sí mismo. Los antiguos dividían la vida en dos zonas: una, que llamaban otium, el ocio, que no es la negación del hacer, sino ocuparse en ser lo humano del hombre, que ellos interpretaban como mando, organización, trato social, ciencias, artes. La otra zona, llena de esfuerzos para satisfacer las necesidades elementales, todo lo que hacía posible aquel otium, la llamaban nec-otium, señalando muy bien el carácter negativo que tiene para el hombre. En vez de vivir al azar y derrochar su esfuerzo, necesita éste actuar conforme a un plan para obtener seguridad en su choque con las exigencias naturales y dominarlas con un máximo de rendimiento. Esto es su hacer técnico frente al hacer a la buena de Dios del animal, del pájaro del buen Dios, por ejemplo. Todas las actividades humanas que especialmente han recibido o merecen el nombre de técnicas no son más que especificaciones, concreciones de ese carácter general de autofabricación propio a nuestro vivir. Y, sin embargo, o por lo mismo, la técnica no es en rigor lo primero. Ella va a ingeniarse y a ejecutar la tarea que es la vida; va a lograr, claro está, en una u otra limitada medida, hacer que el programa humano se realice. Pero ella por sí no define el programa; quiero decir que a la técnica le es prefijada la finalidad que ella debe conseguir. El programa vital es pre-técnico. El técnico o la capacidad técnica del hombre tiene a su cargo inventar los procedimientos más simples y seguros para lograr las necesidades del hombre. Pero éstas, como hemos visto, son también una invención; son lo que en cada época, pueblo o persona el hombre pretende ser; hay, pues, una primera invención pre-técnica, la invención por excelencia, que es el deseo original. Y, sin embargo, o por lo mismo, la técnica no es en rigor lo primero. Ella va a ingeniarse y a ejecutar la tarea que es la vida; va a lograr, claro está, en una u otra limitada medida, hacer que el programa humano se realice. Pero ella por sí no define el programa; quiero decir que a la técnica le es prefijada la finalidad que ella debe conseguir. El programa vital es pre-técnico. El técnico o la capacidad técnica del hombre tiene a su cargo inventar los procedimientos más simples y seguros para lograr las necesidades del hombre. Pero éstas, como hemos visto, son también una invención; son lo que en cada época, pueblo o persona el hombre pretende ser; hay, pues, una primera invención pre-técnica, la invención por excelencia, que es el deseo original. […] Y si esto acontece aun en la órbita del desear que se refiere a lo que ya hay ahí, a las cosas que ya tenemos en nuestro horizonte antes de desearlas, imagínese hasta qué punto será difícil el deseo propiamente creador, el que postula lo inexistente, el que anticipa lo que aun es irreal. En definitiva, los deseos referentes a cosas se mueven siempre dentro del perfil del hombre que deseamos ser. Este es, por lo tanto, el deseo radical, fuente de todos los demás. Y cuando alguien es incapaz de desearse a sí mismo porque no tiene claro un sí mismo que realizar, no tiene sino pseudo-deseos, espectros de apetitos sin sinceridad ni vigor. Acaso la enfermedad básica de nuestro tiempo sea una crisis de los deseos y por eso toda la fabulosa potencialidad de nuestra técnica parece como si no nos sirviera de nada. Hoy la cosa comienza a hacerse patente, pero ya en 1922 se me ocurrió enunciar el grave hecho: “Europa padece una extenuación en su facultad de desear”.[1] Y esa obnubilación del programa vital traerá consigo una detención o retroceso de la técnica que no sabrá bien a quién, a qué servir. Porque esta es la increíble situación a que hemos llegado y que confirma la interpretación aquí sustentada: la finca, es decir, el repertorio con que hoy cuenta el hombre para vivir, no sólo es incomparablemente superior al que nunca ha gozado (las fuerzas creadas en la técnica equivalen a 2.500 millones de esclavos, es decir, dos servidores para cada civilizado), sino que tenemos la clara conciencia de que es superabundante, y sin embargo, la desazón es enorme, y es que el hombre actual no sabe qué ser, le falta imaginación para inventar el argumento de su propia vida. ¿Por qué? ¡Ah!, eso no pertenece a este curso. Sólo nos preguntaremos: ¿Qué es el hombre, o qué clase de hombres son los especialistas del programa vital? ¿El poeta, el filósofo, el fundador de religión, el político, el descubridor de valores? No lo decidamos; baste con advertir que el técnico los supone y que esto explica una diferencia de rango que siempre ha habido y contra la cual es vano protestar. Tal vez tenga que ver con esto el extrañísimo hecho de que la técnica es casi siempre anónima, o por lo menos que los creadores de ella no gocen de la fama nominativa que ha acompañado siempre a aquellos otros hombres. Uno de los Inventos más formidables de los últimos sesenta años ha sido el motor de explosión. Pues bien, ¿cuántos de ustedes, que no sean por su oficio técnicos, recuerdan en este momento la lista de nombres egregios que llevaron sus inventores? De aquí también la enorme improbabilidad de que se constituya una «tecnocracia». Por definición, el técnico no puede mandar, dirigir en última instancia. Su papel es magnífico, venerable, pero irremediablemente de segundo plano. Resumamos: La reforma de la naturaleza o técnica, como todo cambio o mutación, es un movimiento con sus dos términos, a quo y ad quem. El término a quo es la naturaleza según está ahí. Para modificarla hay que fijar el otro término, hacia el cual se la va a conformar. Este término ad quem es el programa vital del hombre. ¿Cómo llamaríamos al logro pleno de éste? Evidentemente bienestar del hombre, felicidad. He aquí que con ello cerramos el rizo de todas las consideraciones hechas en las anteriores lecciones.” [*]
[*] José Ortega y Gasset, Meditación de la técnica, 1933. [1] España invertebrada [Prólogo a la 2ª edición]. |