29. Luz nueva
Existen momentos de la historia que tienen una especial capacidad de iluminar las turbulencias del presente. En un tiempo como el nuestro, en el que se ciernen, amenazantes, peligros sobre la civilización, la cultura y la misma profesión del arquitecto, la historia resplandece como un relámpago e ilumina nuestros rincones más sombríos. Una nueva luz está a punto de aparecer sobre el cielo de la historia (Walter Benjamin) si ésta nos sirve para dar verdadero relieve a nuestra tarea. Algunos momentos del pasado nos hablan precisamente hoy, cuando abundan fuerzas que podrían destruir el legado de nuestros mayores, con una nueva luz y abren en el horizonte una nueva frontera. Uno de esos episodios fue precisamente el de la primavera de 1920, hace ya casi un siglo. Pero aún siendo tan distante en el tiempo aquel momento guarda con el nuestro considerables similitudes. Dirigidas a un pequeño grupo de arquitectos y artistas, buena parte de ellos sin ningún trabajo que colmara sus aspiraciones y, en algunos casos, sin ningún trabajo en absoluto, palpando todavía las ruinas de la I Guerra Mundial ante sus rostros, y con un horizonte en el que se dibujaba una paz frágil y un futuro incierto, Bruno Taut escribió unas palabras memorables mientras contemplaba sobre su mesa una gruesa pieza de cristal amarillo. No sabemos si dicha pieza de vidrio estaba ya entre sus pertenencias cuando inició en diciembre de 1919 la correspondencia cruzada que luego se ha conocido como “La cadena de cristal”, pero la contemplación de este singular objeto, de su inequívoca presencia material y, a la vez, su vibrante comportamiento ante la luz, su asombrosa capacidad de brillar y, a la vez, de desdibujarse, su extraña mezcla de transparencia y misterio, de obstáculo y visibilidad, de resplandor, evanescencia y claridad, fue la que desató uno de los episodios imaginarios más intensos de la modernidad que fueron definitivos para todos los que participaron de aquel intercambio epistolar del pasado siglo que aún sigue vivo hoy entre nosotros pues, tal y como ha afirmado Detlef Mertins, “el cristal sigue siendo [hoy] todavía cristal precisamente porque nunca ha sido ‘solamente’ cristal”. Si la entonces casi derruida Europa de la posguerra de 1919 y 1920 supo encontrar con Bruno Taut un símbolo capaz de regenerar las heridas que los enfrentamientos bélicos habían abierto, y al joven –entonces poco mayor de veinticinco años con sus estudios recién terminados– Hans Scharoun le abrieron un mundo mágico y denso que cristalizaría muchos años después en sus proyectos construidos para Berlín, que todavía hoy siguen enriqueciendo el imaginario colectivo de arquitectos, diseñadores, cineastas y escritores, quizás debamos pensar que solamente desde una nueva mirada podremos reinventar nuestro mundo, nuestra profesión y nuestras ciudades. Para ello, hoy más que nunca, es importante saber que no hay caminos trillados, ni recetas, sino que todo ha de empezar desde una atenta y asombrada observación del mundo tal y como es hoy, y ha de ser nuestra mirada la que sea capaz de orientarse para percibir la medida oportuna de los problemas. Quizás entonces aparezca, como un relámpago, una luz nueva que, justo por un momento, nos permita leer de nuevo las páginas de la historia y escuchar en ellas respuestas análogas, diversas, resonantes y vitalmente ricas para hacer renacer en nuestro tiempo el nuevo mundo que nos toca vivir: “Tengo sobre mi mesa una gruesa pieza de cristal amarillo. Pesado como un ladrillo, constantemente cambiante en apariencia. Ciertamente esta forma prismática es constante, pero existe una vida siempre cambiante en ella. Es sencillamente fantástico el efecto que produce la luz y, sin embargo, todo ocurre dentro de una forma fija. El recipiente del nuevo espíritu que hemos ido preparando será como esta pieza.” […] “Hoy la ciudad es una tierra salvaje de piedra. Toda ella desaparecerá completamente. […] La tierra -nuestro ángel- está meditando, está creando un nuevo humus y nosotros somos el estiércol. El paseante que no puede ver el bosque por los árboles es solamente el reverso del hombre de la Edad de Piedra. […] Todo será diferente. ¡Qué revolución representa, incluso, un vuelo tripulado! ¿Cómo será? Quizás incluso ni la tierra misma lo sepa. Pero llegará. Y nosotros debemos fertilizarla. Lo dijisteis vosotros mismos. […] Y si algo no se convierte en humus ¿con qué trabajaremos?” “Great glass greetings!, in the oppressive beauty of the blossoming spring.” * (1)
(1) Fragmentos seleccionados de una carta de Bruno Taut de 1920. Publicado en The Crystal Chain Letters, Iain Boyd Whyte (ed.), MIT Press, 1985. Traducción al castellano de Antonio Juárez. (*) La despedida del autor de la carta se ha conservado en la versión realizada por Iain Boyd Whyte del original alemán. |