20. Dedos invisibles
En cada cosa y en cada edificio se entrelaza el mundo. Unas pocas piezas de materia, a veces medio derruidas, testimonian las huellas de otro tiempo. En el hacer están las huellas del que lo hizo y en esa acción una radiografía de un modo de entender el mundo y de dialogar del hombre con su tiempo. La antigua palabra griega de ‘poiesis’ significa, ya desde Aristóteles, “acción con la materia”. En esa acción están implicadas las manos pero también los procedimientos y los instrumentos. Hay huellas en el proceso y ecos ancestrales de tradiciones y símbolos antiguos. Quizás oriente y occidente estaban antes unidos en una tradición y una cultura en donde las distancias eran menores que hoy, aún con las nuevas tecnologías que supuestamente parecen pretender que todo está al alcance de la mano produciéndose, en ocasiones, un paradójico alejamiento de las cosas y de la realidad, una pérdida del valor de lo táctil en la educación y un alejamiento de las imágenes verdaderas a las que supuestamente esas imágenes electrónicas deberían acercarnos. La verdadera imagen es algo invisible y casi inalcanzable, como ya dijo Wim Wenders en “Mas allá de las nubes”. Y quizás sean las manos las que guardan esas imágenes, las que guardan un secreto, pues existen dedos invisibles que nos conectan a una verdadera realidad. Es éste un saber escondido, conectado a un espacio antiguo y nuevo a la vez, del que Juan Navarro Baldeweg nos hablaba hace ya unos años cuando se publicó su libro “la habitación vacante”: “El agua recoge en su movimiento la vibración del aire; la película recién endurecida ha fijado en su relieve el silbar del viento o tal vez una conversación. Al roce de esta superficie oiremos ruidos confusos y voces. La lámina de barro, la cera endurecida, como en los cilindros impresos del viejo fonógrafo, contienen mensajes disponibles. Estas pistas plásticas, conformadas bajo la influencia de anteriores circunstancias, resuenan de nuevo. Hay extensiones táctiles, dedos, entre cosa y cosa. Vínculos directos insertándose a distintos niveles de sus estructuras físicas: en la piel o en un órgano profundo. A causa de estas proyecciones, de estos cauces, se hace difícil delimitar los cuerpos. Se borran los bordes que crean la ilusión de autonomía. La forma es afectada por múltiples contactos a través de los caminos internos de su materialidad: por funciones que operan al margen de estructuraciones orgánicas, según planos que cortan la figura por lo más inesperado. Existe una información que circula indiferente a las órdenes, a los verbos en infinitivo y a las series jerarquizadas de la frase. En ocasiones un fondo se adelanta a primer término: como cuando la gravedad terrestre emerge junto a la lectura del texto y ésta se transforma en la caída de un móvil impreciso. La mirada se desliza y desciende chocando con palabras y letras como con obstáculos firmes. O como cuando ciertos agentes de la mutación se manifiestan en un tejido urdido con lo propio y lo extraño: así en la casa prefabricada que construye Buster Keaton, cuyo resultado evidencia un directorio de órdenes –clavar, acoplar, ensamblar- y otras interferencias aleatorias. Presencias de distinta magnitud se movilizan junto al gesto de la mano, al proteger la vista del sol, los ojos fijos en un punto del horizonte. Los ojos y la mano se prolongan en líneas y se establece un puente entre el mapa y la sombra, en concordancia con los puntos cardinales unidos en la cruz de varios trazos: esquema semejante a una intersección de huellas de patín, rastros del derrape de la tierra en el espacio soleado. Y en un momento en que la posición de la mano hace conformes y complementarios algo grande y algo pequeño, algo variable y algo obligado. Por distintas razones se restaura la vaguedad de otras diferencias y oposiciones: entre lo homogéneo y lo heterogéneo, la planta y el animal, lo estable y lo móvil. Sobre estas clasificaciones se ha seguido un proceso de desnaturalización en el que se han montado artificios e instrucciones interminables. Si existe una ubicuidad al margen de las comunicaciones deliberadas, parece oportuno recordar la broma expresada en la carrera frenética de Keaton. Al establecerse un paralelo entre el mensaje transportado por el hilo telefónico y la carrera de Keaton, éste se revela tránsfuga de una organización de mensajeros y segregaciones.” (1) (1) Publicado en La habitación vacante, Editorial Pre-Textos, Collegi d’ Arquitectes de Catalunya, 1999, págs. 11-12. |