15. Sabiduría escondida
Existe en ciertas obras una sabiduría escondida que a veces puede pasar inadvertida a nuestros ojos. Son obras antiguas o nuevas que condensan en su construcción un saber intemporal, dada la condición de la arquitectura como nudo del conocimiento humano. Si enseñar y aprender para un arquitecto tienen algún espacio especialmente reservado, es en las conversaciones silenciosas con las obras, tratando de entender las razones de las formas y los problemas que éstas resuelven, ya sean funcionales, mecánicos, energéticos o expresivos. En un discurso en el Armour Institute of Tecnollogy en 1938, Mies van der Rohe recuerda cómo el conocimiento, para el arquitecto, a través de los materiales de siempre, se nutre de escuchar atentamente sus lecciones. La naturaleza de la educación creativa reside, siguiendo sus palabras, en descubrir el sentido, la finalidad y el orden que, además de manifestar unas leyes constructivas, nos abren a un ineludible compromiso con nuestro tiempo. Pensar en construir posibilita la propia construcción interior, pues permite descubrir en uno mismo un principio de unidad. Este texto constituye una introducción necesaria para el camino disciplinado desde los materiales a la finalidad, y en el que debemos distinguir con claridad lo posible, lo conveniente y lo necesario. “La enseñanza de la arquitectura […] ha de explicar aquello que es posible, aquello que es necesario y aquello que tiene sentido. Si enseñar tiene algún sentido, entonces es aquel de formar y comprometer. Ha de llevar desde la ausencia de compromiso de la opinión al compromiso del conocimiento. Ha de conducir desde el ámbito de la casualidad y la arbitrariedad hasta el campo de la clara regularidad de un orden espiritual. Por ello guiaremos a nuestros alumnos por el camino disciplinado desde los materiales, a través de los fines de la formalización. Queremos llevarlos hasta el sano mundo de las construcciones primitivas, allí donde cualquier hachazo aún significaba algo y cualquier golpe de cincel era realmente una expresión. ¿Dónde se destaca con mayor claridad la estructura de una vivienda o un edificio, que en las construcciones de madera de la Antigüedad? ¿Dónde se destaca con mayor claridad la unidad de materiales, método de construcción y forma resultante? Aquí se esconde la sabiduría de muchas generaciones. ¡Qué sabiduría para emplear los materiales revelan estas construcciones y qué potencia expresiva poseen sus formas! ¡Qué calor irradian y cuán bellas son! Suenan como viejas canciones. En las construcciones de piedra nos encontramos ante lo mismo. ¡Qué sensibilidad tan natural tienen! ¡Qué clara comprensión de los materiales, qué seguridad en su utilización, qué sensibilidad por aquello que se puede y debe hacer con piedra! ¿Dónde encontramos tanta riqueza estructural? ¿Dónde podríamos encontrar una fuerza más sana y una belleza más natural, que no aquí? ¡Con que claridad tan evidente descansan las vigas del techo sobre estos antiguos muros de piedra y con que sensibilidad se recorta un hueco en estos o muros para colocar una puerta! ¿En que otra parte deberían crecer los jóvenes arquitectos, si no en la atmósfera de este saludable mundo y en qué otra parte podrían aprender a obrar con inteligencia y sencillez, sino es a partir de estos maestros desconocidos? El ladrillo es otro maestro pedagógico. ¡Que espiritual es el pequeño formato tan manejable y utilizable para cualquier finalidad! ¡Que lógica muestra su manera de ensamblarse! ¡Que vivacidad revela su juego de juntas! ¡Que riqueza posee incluso el paño de pared más simple! ¡Pero que disciplina exige este material! Así, cada material posee sus propias características, que hay que conocer para trabajar con él. Todo esto también es válido para el acero y el hormigón. En realidad no esperamos nada de los materiales, sino únicamente de su empleo correcto. Tampoco los nuevos materiales nos aseguran una superioridad. Un material sólo vale lo que hagamos con él. Al igual que queremos conocer los materiales, debemos conocer la naturaleza de nuestros fines. Queremos analizarlos con claridad. Queremos saber cuál es su contenido. Queremos saber en qué se diferencia realmente una vivienda de otra. Queremos saber lo que puede ser, lo que debe ser y lo que no puede ser. Por lo tanto, queremos conocer su esencia. De esta manera analizaremos todos los fines que aparezcan y estudiaremos su carácter para convertirlo en el punto de partida de la formalización. Al igual que adquirimos un conocimiento de los materiales -al igual que queremos conocer la naturaleza de nuestros fines- también queremos aproximarnos a la situación espiritual en la que nos encontramos. Esa es una condición necesaria para obrar correctamente en el ámbito cultural. También aquí tenemos que saber qué sucede, pues dependemos de nuestra época. Por ello debemos llegar a conocer las fuerzas fundamentales e impulsoras de nuestra época. Tenemos que emprender un análisis de su estructura, es decir, de los materiales y de los aspectos funcionales e intelectuales. Queremos poner en claro en qué coincide nuestra época con las anteriores y en qué se diferencia de ellas. Aquí se presentará a los estudiantes el problema de la técnica. Intentaremos plantear verdaderas preguntas. Preguntas sobre el valor y el significado de la técnica. Queremos mostrar, que no sólo nos promete poder y grandeza, sino que también encierra determinados peligros. Que para ella también es válido que lo positivo siempre va acompañado de algo negativo. Y que aquí el hombre tiene que acertar al tomar decisiones. Pero toda decisión se orienta a un determinado orden. Por ello también queremos iluminar los órdenes posibles y aclamar sus principios. Queremos caracterizar el principio mecanicista de orden como una enfatización de las tendencias materiales y funcionales. Esto no satisface nuestro sentido por la función servidora de los medios y nuestro interés por la dignidad y el valor. Sin embargo, el principio idealista de orden, debido a su enfatización de lo ideal y de lo formal, no está en condiciones de satisfacer ni nuestro interés por la verdad y la simplicidad, ni nuestro sentido práctico. Pondremos en claro el principio orgánico de orden como una determinación del sentido y la proporción de las partes y su relación con el todo. Y por esto nos decidimos. La larga trayectoria del material hasta la configuración, a través de los fines, sólo tiene un único objetivo: crear orden en la desesperante confusión de nuestros días. Pero queremos un orden que otorgue a cada objeto su sitio. Y queremos dar a cada objeto aquello que le corresponde por su esencia. Queremos hacer todo esto de una manera tan perfecta que el mundo de nuestras creaciones empiece a florecer desde su interior. No queremos nada más. Tampoco podemos hacer nada más. Nada delimita mejor el objetivo y el sentido de nuestro trabajo que las profundas palabras de San Agustín: “¡La belleza es el resplandor de la verdad!”. (1) (1) Publicado en PHILIP JOHNSON, Mies van der Rohe, Nueva York, 1947, págs. 196-200. |